Me sabe fatal. Ir en contra de un homenaje a Picasso, en contra de una larga tradición bodeguera, en contra de una variedad adorable y tirar piedras en nuestro propio tejado, deberían ser razones suficientes para poner un punto final ahora mismo.
Tonto de mí no haber previsto una pequeña bodega casera; tonto de mí por no tener unas buenas botellas a buen recaudo para el infierno del Coronavirus. El confinamiento será largo, muy largo, pero más vale pasarlo con agua que resignándote ante un lineal vacío.
Me he dejado llevar por el homenaje, por la tradición, por la garnacha y por la falta de opciones. He comprado a ciegas, lo confieso.
Y mira que lo digo siempre a mis compañeros del trabajo: caveat emptor. ¡El riesgo es siempre del comprador!