Diario de Bali /2


Canggu

Canggu es una franja en la parte suroeste de Denpasar. Es el sitio turístico por excelencia. Las calles en la isla van de la montaña hacia la costa y no suelen tener interconexión. Para ir de este a oeste tienes que subir montaña arriba, seguir la carretera principal y volver a bajar en la parte que te interesa. Es una isla volcánica. Es fácil imaginarse las corrientes de lava.

Todo tiene el mismo aspecto. Al principio me desorientaba mucho. Solía ponerme los auriculares debajo del casco escuchando las indicaciones de Google Maps, pero, aun así, me equivocaba.

Conforme pasaban los días iba fijándome en detalles, en un semáforo -que son muy escasos-, en una valla publicitaria llamativa, algún letrero chillón. A veces acertaba el camino gracias a este ejercicio de semiótica, pero muchas veces volvía a equivocarme. La idea era encontrar diferentes coworkings y visitarlos in situ. A veces los encontraba, a veces simplemente parecían no existir o buscaba en un sitio equivocado. Quién sabe.

Las calles tienen miles de negocios en ambos lados. Venden de todo: gasolina, alimentos, neumáticos, milkshakes, gallinas y muchos cocos. La gasolina se vende en botellas de Vodka, a litros. Dos litros son dos vodkas. Es muy difícil quedarte sin combustible en Bali. Cada dos metros hay vodkas. Tampoco se gasta mucha gasolina. La velocidad media es de unos veinte kilómetros por hora.

Avanzar por las calles es difícil. Se conduce por la izquierda, pero las preferencias de paso son relativas. Muchos adelantan osadamente, en realidad, temerariamente. No he visto aún ningún accidente. Probablemente, en caso de choque no quedaría nada; serían todos frontales. No hay espacio por los lados.

Aún no he hecho ningún kilómetro sin contener el aliento viendo como conducen. Los locales conducen a su manera, aunque tranquilos. Los turistas, en cambio, se aprovechan del aparente descontrol. Nunca se comportarían así en sus países.

Al propietario de scooters le pregunté cómo debía comportarme en los cruces. No exagero, podía haber al mismo tiempo treinta motos por cada lado intentando pasar. En medio del encuentro motero también cruzan coches, taxis, camiones, triciclos, motos con remolque y alguna vez, muy raramente, algún ciclista. Creo que esta actividad no se practica en Bali y eso que he visto sofisticadas bicicletas de bambú.

Foto: Una magnífica bicicleta de Bambú a la venta en Canggu.

El consejo del vendedor de alquiler fue: avanza poco a poco y no te pares. Conduce con cuidado -añadió. Y así lo hice y así pasamos los cruces, milagrosamente, asombrosamente. No hay nerviosismo, no hay bocinazos por mala conducción, solo de advertencia. Es un enorme caos, hay muchísima contaminación, pero sin el nerviosismo que muchas veces experimentamos en Europa. Resulta difícil creerlo, pero es así.

Canggu es turístico, muy turístico. Ahí, la cultura balinesa se ha quedado en las tiendas que venden de todo, incluidos los cocos. Cada tienda va protegida en la entrada por una ofrenda a los dioses. Al principio no entendíamos tantos desechos en las entradas; eran las ofrendas de días anteriores. Se renuevan a diario.

Los restantes comercios son tiendas más tradicionales, ropa, algún Starbucks, muchos bares, restaurantes, todo en una extraña mezcla de gustos occidentales, música americana, fiestas desubicadas como si estuviéramos en alguna localidad turística de nuestra costa. Todas igualmente con sus ofrendas, Starbucks incluído. El suelo está lleno de ofrendas, sagradas y no se tocan, tarden lo que tarden en desaparecer.

Hay construcción por todos lados y no se aprecian infraestructuras para soportarlo. La gestión de residuos y desagües es una incógnita. Me instruyen que las villas suelen tener fosas sépticas. Los excesos líquidos, como es normal en estos sistemas, se tienen que dejar salir. La canalización va por los laterales de las carreteras, en una especie de canales semiabiertos, tapados en los lugares más concurridos con pesadas losas de hormigón que no siempre encajan.

Es habitual ver cómo queman la basura. Me recuerda épocas pasadas. Todo va montaña abajo. Es normal ver pescar en los ríos o niños bañándose en los mismos afluentes tan tranquilamente. Nadie parece alterado por el impacto medioambiental del boom turístico. Canggu necesitaría asesoramiento, menos plásticos, más planificación urbanística, más previsión por un futuro sostenible. Sin cambios, Canggu será insostenible. Aisladamente se aprecia alguna pintada contra la presión urbanística; no hay para menos.

Posiblemente la imagen más impactante de Canggu fue un día que bajamos hacia la costa y veía en el espejo de mi scooter el logo de un Ferrari. No me lo podía creer. Qué hacía un Ferrari en este país, en estas calles, en esta sociedad. Lo tenía detrás de mí, nervioso, con intención de adelantarnos a todos. No había espacio, ni delante, ni en los lados. Estaba todo congestionado. Avanzamos todos lentamente, pero de repente le veía a mi lado, a todo gas, sacando un extraño humo negro por los cuatro escapes, más temerario que todas las motos juntas. Dentro iba un occidental, un hombre joven, probablemente más irreal que el espejismo de las villas. Por un momento sentí vergüenza ajena. Hubiera pedido perdón a todos los balineses por tan esperpéntico espectáculo. Los occidentales hemos perdido el sentido común y sobre todo la humildad.

En cambio, los balineses de Canggu siempre tienen una sonrisa en la cara. Son atentos, amables y muy vivos para hacer negocio, por pequeño que sea. Han sufrido muchísimo con la pandemia; mucho más que nosotros. Aquí no hay ayudas y el salario mínimo es de unos 180€ al mes. Comer barato en Canggu cuesta unos 3€. Una familia con dos niños necesita mínimo cinco a seis millones de rupias indonesios para sobrevivir. Esto equivale a unos 360€. Todo depende del turismo. Y con la pandemia todo se vino abajo. Me cuentan que muchos volvieron al campo, al cultivo de arroz y verdura. El señor Joman, propietario de un chiringuito de playa, me confesaba que fue un total desastre.

En nuestro país decimos que te espabilas o te espabilan. Aquí el lema es: te espabilas o te mueres. Los balineses parecen muy conscientes de esa realidad y tenemos mucho que aprender de su espíritu comercial. Sitio que visitamos, sitio que montan un chat en Whatsapp. Y no hay día que no me envían los buenos días. Es un pueblo amable, incluso en el ajetreado y caótico Canggu.

Dejamos Canggu y nos dirigimos a Ubud.

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