L’Aliança d’Anglès cuenta con una estrella Michelín según reza en la prestigiosa guía turística. Me hacía una ilusión tremenda probarlo; no voy a negar que me encanta lo de ‘Manitas’ y saber que aquel mediodía me desplazaría a la localidad gerundense de Anglès para disfrutar de L’Aliança, me llenaba de ilusión para comentarlo luego en mi blog. Como siempre salimos algo justos de Barcelona y tuve que optimizar el desplazamiento escogiendo mi propia ruta. ¡Llegamos casi tres cuartos de hora tarde! Bajamos del coche un poco estresados, dejándolo aparcado en la parte baja del barrio antiguo de Anglès en lugar de al lado del restaurante y me recordaron con razón mi escasa puntualidad. Subiendo a pie la empinada cuesta y adelantándome a mi sufrida colega de trabajo, reconocí enseguida la impoluta y regia fachada de L’Aliança, un antiguo local social agrícola de la zona. El comedor, denominado la Sala, tiene techos tan altos que el equilibrio térmico debe ser difícil de conseguir, a decir verdad, no era del todo confortable. ¡Queda claro que los gourmets de Michelín viajan en verano y que los payeses estaban acostumbrados al clima! Además, cuando se come, la sangre se concentra en el estómago y la sensación de frío es más intensa. El servicio era atento y respetuoso, aunque algo protocolario y rígido, como si la editora francesa Michelín fuera a pagar el ágape. Si tuviese que definir la propuesta de L’Aliança en términos de arte, diría que este día su puesta en escena era kitsch, cocina incluida. Puede que las expectativas me hayan jugado una mala pasada y desde luego una primera visita no es representativa de tantos años de esfuerzo de Lluís Feliu. Pero, mi impresión ha sido esta. Echaba en falta más espontaneidad, menos protocolo, unos platos con mayor chispa y un poco más de calor.