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El pasado jueves obligaron al Baluard a cerrar la venta de pan en el Hotel Bakery. Los periódicos relatan dos hechos y, como no, una interpretación del suceso.

En cuanto a los hechos: parece existir una vieja ordenanza que prohíbe la venta de productos alimenticios compartiendo entrada con otro establecimiento. También se aduce que el mostrador ocupaba la zona de evacuación del hotel.

En cuanto a las conjeturas, los diarios sugieren un exceso de testosterona entre hotelero y consistorio, algo que suele afectar morfológica, metabólica y psíquicamente tanto a quién produce la hormona como a quién la sufre.

Sea como sea, tú y yo nos hemos quedado sin pan y quién sabe cuántos sin trabajo. Como sufridores tendremos que volver a las gasolineras, sitios que comparten baguettes rústicas recién horneadas con la venta de derivados del petróleo. Eso sí, bajo una misma enseña.

Baluard se ha equivocado. No se puede hornear pan de calidad y menos en un hotel. Los efectos colaterales son imprevisibles. No lo digo por las largas colas hasta el mostrador, tampoco por la rabia de verlo vacío de Baluards, Panetón, pan de cereales o el codiciado pan de frutos secos cuando por fin de tocaba. Lo digo por la determinación de los clientes. Nadie hubiera estado dispuesto a perder su turno aunque se hubiera derrumbado el edificio.

Los bomberos no se han pronunciado, pero ya da igual. Baluard ha tirado la toalla. Hacen falta hormonas para justificar un cierra así. Viva la baguette chicle. Volvamos a los negocios anodinos. Dejémonos de inventos e innovaciones.

Photo by: Andrew Gaines