The Five Rooms (Barcelona)



Puñeta, he tenido un contratiempo terrible. Entre el verano y algunos parroquianos que de repente han salido despavoridos, me quedé estresado rehaciendo el ambiente y la cuenta de resultados. No importa perder feligreses, los restauradores lo sufren a diario, sino importa tener un porcentaje de ocupación razonablemente alto en la cocina y, sobre todo, en la caja registradora. Sabe mal perder comensales, seguro, pero si no aprecian la cocina ni el servicio, ¿para qué quieres mimarlos? Cuando se acostumbran a los platos, a la creatividad en el menú, al esfuerzo de los cocineros y el servicio de sala, llega un momento en que todo les parece normal. Entonces ha llegado el momento de no guardarles esa mesa del centro y sentar ahí nuevos concurrentes. Y, en eso he estado ocupado, aunque, lo confieso, sin poder renunciar a probar sitios. En mi negocio, las decisiones pasan muchas veces por el estómago ¡qué suerte!

Entre todos los sitios que he probado las últimas semanas y sobre los que quiero escribir en algún momento (Restaurante Vivanda, muy bueno por cierto, el digno Sushi Fusion de Diagonal 423, el castizo restaurante La Máquina de la Moraleja en Madrid, el encantador Zuka en Sant Cugat del Vallés y que se merece un post bien pensado, el supremo helado de yogurt en el Cup&Cake de Manex Susaeta, la experiencia en Casa Danone en Francesc Macià, la visita a la terraza del Claris en Barcelona o la búsqueda de un restaurante privado de un cocinero del Bulli), hoy quiero escribir de un secret place, cien por cien Manitas, perteneciente a la hostelería.

The Five RoomsThe Five Rooms (Barcelona)

Había oído por primera vez ese nombre a través de unos amigos de la pacífica Suiza. Antes de verano me pidieron consejo sobre posibles alojamientos con encanto en Barcelona y, como no, le dirigí a la página ‘Mis hoteles’ en Manitas. Pero, no encontraron sitio o la oferta económica de aquella semana no se ajustaba a sus expectativas. Me preguntaron sobre un lugar en Pau Claris 72, muy cerca de la plaza Urquinaona en Barcelona. No me sonaba ningún hotel a esa altura y menos quería arriesgarme recomendándoles una calle tan transitada en pleno verano. Pero, a pesar de mis advertencias, vinieron a la ciudad y se sintieron muy bien acomodados en el número 72 de la ajetreada vía. No ahondé más, pensándome que quizá mi exigencia de sensaciones en asuntos de cocina y hostelería comenzaba a ser exagerada.

Casualmente, el otro día me quedé sin alojamiento debido a una importante feria de maquinaria textil en la ciudad Condal. Se me ocurrió, como último recurso, recuperar el nombre de ese establecimiento de mi bandeja de entrada. Llamé temeroso y, claro, tenían una habitación libre. De perdidos al río, pensé, me subí al taxi hasta el 72 de Pau Claris, pagué la carrera, salí del coche y empecé a buscar el hotel. Pero, ahí no había nada. Eran porterías normales, sin gracia ni atractivo alguno, fachadas grises por la polución como ya me imaginaba y pisos con las ventanas cerradas. Estaba dispuesto a dar media vuelta.

Creyéndome equivocado, me puse las gafas y empecé a fijarme en el plafón de timbres del número 72. Y, oh terror, encima de uno de esos timbres había una pequeña etiqueta apenas visible en la que se leía: The Five Rooms. Definitivamente mi exigencia en restauración y hostelería habría tomado un rumbo perverso –pensé. Parecía imposible que ahí hubiera un hotel y, desde luego, no sería con encanto.

Habituado al encaje deportivo de mis últimas adversidades, ya me daba igual hacer de la difícil pernoctación un problema todavía mayor. Toqué el timbre, me identifiqué al preguntarme por el interfono y empujé la puerta al oír la activación de la apertura automática. Pasé el umbral de la puerta metálica y me aseguré de dejarla bien cerrada. A partir de este momento, lo que vi ya no puedo contarlo a los cuatro vientos. Sólo hay cinco habitaciones y no quiero quedarme sin alojamiento ahí en la próxima feria de maquinaria textil.

En el 72 de Pau Claris no parece haber ningún hotel y menos con encanto.

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